Este año el ministro de energía, Máximo Pacheco, anunció que se acabaría el cambio de hora en Chile y que de aquí en adelante todo Chile Continental se regiría por el horario “de verano” (GMT -3). La idea era “mejorar la calidad de vida de las personas y tener un mejor uso de energía.” Después de más de 40 años atrasando la hora durante el invierno (a GMT -4), se reconoció por fin que el ahorro de electricidad resultante era marginal.
Debo admitir que la medida al principio me provocó serias suspicacias. Más jilguero que lechuza, pasaron por mi mente negros despertares con luz eléctrica, negras caminatas al trabajo iluminada por los tenues focos callejeros, y negros comienzos de día, luchando contra el sueño y esperando hasta media mañana la salida del sol. Pero ¡momento, atención, pare! ¿No vivo acaso en Punta Arenas, donde con o sin cambio de hora los despertares invernales son negros igual? Al recordar mi situación geográfica, mis aprensiones rápidamente pasaron y, a medida que comenzamos a vivir el cambio de hora en carne propia, mi aprobación a la idea de Pacheco fue en ascenso: mientras que, bajo el régimen de cambio de hora, los magallánicos sufríamos tardíos amaneceres y tempranas puestas de sol, bajo este nuevo régimen al menos nos asegurábamos más luz en las tardes.
Sin embargo, la alegría duró poco. Según un grupo de parlamentarios, esta medida debe revertirse cuanto antes, ya que ha provocado “un enorme deterioro en la vida de los chilenos y chilenas que deben salir de noche de sus casas, regresar también de noche y, como contraparte, pagar cuentas de luz que han subido notablemente.” En consecuencia, un proyecto de ley para volver las cosas a como estaban antes ya se encuentra en primer trámite constitucional en el Congreso. En una racha de generosidad y empatía, sin embargo, el proyecto establece que Aysén y Magallanes “puedan tener un horario diferenciado al establecido”, atendiendo a “las particularidades de las regiones australes de nuestro país.” Es decir, se reconoce la posibilidad de que mantengamos el horario de verano todo el año, a costa de tener una hora de diferencia con el resto del país durante el invierno.
En las redes sociales locales, la iniciativa ha causado indignación: con o sin cambio de hora, lo que nadie parece querer es que Magallanes quede con huso horario propio. Dentro de las muchas razones atendibles, están el desfase que tendríamos con muchos servicios públicos y privados en el resto del país (el que llame de 9 a 10 de la mañana a Santiago se encontrará con que nadie le contesta), y la espera de los noticieros centrales hasta las diez de la noche en invierno (ni hablar de quedarse despierto hasta “Informe Especial”). A pesar de estos inconvenientes, sin embargo, creo que optar por la secesión horaria tendría un valor expresivo y simbólico no despreciable que valdría la pena considerar.
Desde que Magallanes es parte de Chile, hemos tenido la misma hora que el resto del país (con o sin cambios de verano a invierno). Pero esta unificación horaria de poco ha servido para unificarnos de verdad. Cuando los trabajadores subcontratados de Codelco van a paro, la noticia es portada y todo el país queda atento a su desarrollo. Cuando miles de funcionarios públicos de Magallanes van a paro, la noticia con suerte puede encontrarse en los medios locales. A menos que caiga un meteorito en el Paine, o que Madonna pase por el aeropuerto Presidente Ibáñez camino a la Antártica, las probabilidades de Magallanes sea tema para El Norte son prácticamente nulas. Esto lo sabemos todos y no hay mucho más que decir.
Si optáramos por la secesión horaria, los magallánicos enviaríamos un recordatorio explícito al resto de Chile de lo lejos que estamos y de lo diferentes que son las necesidades aquí. Asumir abiertamente nuestra particularidad geográfica podría ayudar al Norte a entender mejor de qué se habla cuando se habla de Zona Extrema. Quedaría más claro, en el imaginario nacional, que en muchos sentidos somos “un mundo aparte”, y que la única forma de integrarnos es respetando, y no pasándose a llevar nuestras diferencias.