Los inmigrantes se han convertido en el último caballito de batalla de los candidatos aquí y allende. Se va a deportar a los inmigrantes que se pillen delinquiendo, promete uno (pero no dice nada acerca de si se deportarán también a los connacionales que delincan… ¿quizás porque habría que mandarlos a Marte?). Se pondrán cuotas de inmigración, dicen otros (y olvidan que su país mismo es fruto de la inmigración: léase Trump en Estados Unidos). Se aceptará sólo refugiados de verdad, no a aquéllos que simplemente buscan mejores expectativas de vida, enfatizan aún otros (ignorando que la búsqueda de “mejores expectativas de vida” es muchas veces una opción de vida o muerte).
Vive hoy el mundo un movimiento masivo de personas que dejan sus países de origen y buscan el futuro más allá de sus fronteras, por necesidad en la mayoría de los casos. Mientras, a los nativos se nos dan todo tipo de razones de por qué deberíamos temer un aumento en el número de otros diferentes a nosotros: nos quitan los trabajos, nos imponen sus costumbres, nos amenazan con dejarnos en minoría y con tomarse lo que es legítimamente nuestro, entre otras amenazas, dicen quienes buscan crear miedo en busca de votos.
En una tierra como Magallanes, donde todos somos otros o hijos de otros, se hace urgente por lo mismo tener un debate abierto y a tiempo acerca del tema. Antes de caer en xenofobias fundadas en la ignorancia y el prejuicio más que en argumentos racionales, debemos preguntarnos cada uno de los que habitamos esta región cómo llegamos aquí, y qué nos da el derecho a sentirnos más dueños de esta tierra que otros que recién vienen llegando.
En mi caso particular, soy una cruza chilote-croata, esto es, heredera de dos grupos humanos que han sido tradicionalmente migrantes. Así como hay más chilotes en Argentina y en otros lugares de Chile que en Chiloé, así también hay más croatas en California, Chile y Australia que en Croacia misma. ¿En qué sentido soy entonces más magallánica que los que recién se acostumbran al viento errático y a los amaneceres incandescentes de esta región? ¿Tengo acaso más derecho sobre esta tierra porque pasé mis infancias haciendo monos de nieve y patinando en la laguna Pudeto? ¿O simplemente –como en los juegos de niños – porque mi familia “llegó primero”?
Las sociedades que se cierran al cambio se convierten al final en sociedades moribundas. Frenar nunca resulta. Lo único que se puede hacer es canalizar ese cambio hacia donde se considere más deseable. Hoy que luchamos por una mayor descentralización y por una mayor independencia de las regiones frente al centro, deberíamos luchar también por una mayor apertura y por una mayor inclusión de quienes llegan desde otros rincones del mundo a formar parte de nuestra sociedad. La misma crítica que como magallánicos hacemos al “centro” (que nos olvida, que nos ignora, que nos ve como inferiores) podría volverse hacia nosotros mismos si no sabemos integrar nuevos miembros en condiciones de igualdad. Nuestra especie, por lo demás, ha sido desde su inicio africano una especie migrante, y a eso no podrán ponerle coto ni fronteras dibujadas en mapas de papel, ni discursos que intenten destacar diferencias donde no las hay – o donde, si las hay, son a lo más diferencias en los tiempos de estadía.