Hace un par de semanas visitaron Oslo tres chamanes mayas, auspiciados por la embajada de Guatemala en Noruega. Un amigo recibió la exclusiva invitación para ir a verlos. Se suponía que, por primera vez, iban a revelar al mundo los secretos que traerá el temido año 2012, para luego seguir con su gira revelatoria por otros países de Europa y Asia. No hay que olvidar que es en el calendario maya donde el año que se avecina viene marcado como el fin del mundo. Y, por eso, como era de esperar, el cóctel para recibir las noticias de qué tan mala se venía la cosa estuvo a tablero vuelto. No es para sorprenderse que mi amigo salió decepcionado de la reunión. Claro, cuando uno va con la expectativa de que alguien le prediga no sólo el futuro a uno, sino a la humanidad completa, y los chamanes en cuestión simplemente hablan de la relación del hombre con la naturaleza, es como para desinflar cualquier adrenalina. “Pero, ¿cómo?”, le preguntaba yo. “¿No dijeron nada de asteroides, súper volcanes, invasores extraterrestres?” Nada de eso. Los tres iluminados mesoamericanos sólo se refirieron a cómo su propia cultura maya se extinguió por abusar del medio ambiente. En otras palabras, la revelación del futuro fue más bien un llamado a releer la historia para no repetir los mismos errores, algo que tanto nos cuesta hacer como individuos y como especie.
Ahora estoy en Londres y me paseo por Covent Garden, con sus tiendas carísimas en casas antiguas remodeladas, y hordas de turistas revoloteando alrededor. No sé si son las predicciones mayas que me quedaron dando vuelta o simplemente las noticias de ‘indignados’ que se multiplican por el mundo – de Atenas a Manhattan, de Barcelona a Santiago–, pero algo me dice que esta burbuja tiene fecha de expiración y que no está muy lejos. A pocos kilómetros de este mundo de cachemiras y diamantes ocurrieron furiosas protestas un par de semanas atrás. David Cameron, el Primer Ministro británico, acaba de confesarle a los ciudadanos que, a diferencia de otras recesiones, ésta se quedará por un buen rato. La solución estándar de salir de los bajones económicos haciendo que el Estado aumente el gasto ya no es una opción viable, porque el Estado mismo está endeudado como nunca.
En el bed and breakfast donde me estoy quedando, converso al desayuno con un español que era periodista, pero ahora tiene que mantener a su familia, por lo que ha debido cambiar el reporteo por el marketing de recipientes plásticos. Detesta su trabajo, pero al menos tiene uno, se consuela. En su país de 40 millones de habitantes, cinco millones están desempleados. Me dice que viene una revolución, que el sistema está quebrado y que no puede seguir.
Creo que hay algo de cierto tanto en las profecías mayas como en la española. Por un lado, cae de cajón que no se puede seguir a este ritmo, donde la explotación de la naturaleza beneficia sólo a unos pocos y no alcanza ni para chorrearle a los afectados (¡veáse sólo el caso de HidroAysén que, en el hipotético caso de construirse, se llevaría la energía patagónica para alimentar a las mineras del Norte!) Por otro lado, cae de cajón que la crisis persistente no se arregla salvando a los peces gordos (léase, los bancos y grandes compañías) a costa de los pequeños (léase, todos nosotros individuos). La furia que comienza a revelarse en distintos lugares del mundo puede transformarse en energía positiva para un cambio. El fin de algo es el comienzo de otra cosa, valga el cliché. Y el fin del mundo tan temido en 2012 quizás no sea más que eso.