Primero me causó perplejidad. Luego me dio vergüenza. Después rabia y al final motivo de meditación. Hace un par de semanas una cañería en mal estado me obligó a llamar al Maestro A para solucionar el problema. Fiel creyente en el lema de que ley pareja no es dura, tras recibir al personaje en cuestión y explicarle los pormenores domésticos, le pregunté si podía sacarse los zapatos para subir al segundo piso. En mi casa es costumbre integrada ponerse las pantuflas al pasar el umbral, y se trata de pedir a las visitas que hagan lo mismo (hay pantuflas para visitas también). Pero, ¡ay de la cara de estado de excepción del maestro ante mi pedido! Con la excusa de que tenía que ir a buscar no sé qué herramienta al auto, salió raudo para nunca más volver. Perpleja, y creyendo que de verdad había ido a buscar su instrumento quién sabe dónde, media hora después llamé por teléfono, para ver qué había pasado. ¿Cuál no sería mi sorpresa al ser tratada de descriteriada por el jefe de la compañía en persona? Qué cómo se me podía ocurrir pedirle a su trabajador que se sacara los zapatos, que qué me había creído, que poco menos que había violado su humana dignidad. Una de las cosas de las cuales no quiero ser acusada en la vida es sentir que doy un tratamiento indigno a alguien, así que la reacción del Gran Maestro A me llenó de vergüenza. Pedí perdón y le traté de explicar al acalorado individuo que era costumbre de mi casa, que había pedido por favor y no había impuesto la medida, y que recibiera mis disculpas. Por supuesto, a pesar de pedírselo, nunca más volvió y ya estoy considerando tomar un curso online para destapar cañerías.
Cuanto más vueltas empecé a darle al episodio, sin embargo, más rabia empezó a darme. Para empezar, ¿por qué ante mi petición inicial no fue capaz el Maestro B de decirme en la cara que le causaba incomodidad, o mandarme directamente al diablo en lugar de pasarme el recado con su jefe? Esa falta de asertividad rayana en la cobardía es la misma que luego crea comidillos, copuchas y descalificaciones a espaldas de quienes muchas veces ni siquiera saben qué falta cometieron. Para seguir, ¿será realmente tanto pedir sacarse los zapatos antes de entrar a una casa ajena? “No puedes pedir cambiar la cultura”, me dirán: “Aquí nadie se saca los zapatos ni para subirse a la cama”. Pero esto último es llanamente falso. Conozco muchas casas que funcionan así, y conozco también el pudor que sienten los dueños para pedirles a quienes no tienen dicha costumbre a dejar los zapatos a la entrada. ¡Como si uno debiera sentirse culpable por pedirle a las visitas que contribuyan a mantener la casa limpia de manera más fácil, sobre todo en un clima demoníaco como éste! Se me puede decir, todavía, que es una desubicación igual, porque en Chile nadie anda preparado para quedar en calcetines y que quien vive aquí debe estar dispuesto a recibir en casa a personas de bototo y de tacón.
Cuando se apela a la cultura para justificar una conducta, como aquí, creo que una manera justa de proceder para decidir sobre ella es examinar aquellos pros y contras en los cuales puedan coincidir inculturados y no inculturados por igual. En este caso específico, ante la costumbre de entrar a casa con los zapatos puestos, uno puede listar las ventajas y desventajas de hacerlo. Entre las primeras: no importa andar con el calcetín con papa, se ahorra el tiempo de ponerse y sacarse el zapato, se mantiene el pie a la temperatura que se traía desde la calle. Entre las segundas: se evita que la mugre de afuera circule por toda la casa; no hay que trapear el piso como esclavo cada vez que llega alguien (ni qué decir cuando llueve afuera); los pisos y alfombras duran más y requieren menos productos de limpieza; se siente que se llegó al hogar y las pantuflas dan la tibia bienvenida. Me parece que es más o menos claro cuál lista preferir. Y si alguien se sigue quedando con la opción Zapatos Puestos, pues que la impongan en su casa, pero respeten a quienes optan por la opción Sin Zapatos en la suya. “Donde fueres, haz lo que vieres” no debería aplicarse solamente a nivel de país, sino también de hogar.