Ecuatorial

El mundo de la academia no menos que el de la decoración, la crianza de perros y el automovilismo, está sujeto a modas. Hace un rato, una de ellas es dividir al mundo en Norte y Sur Global. El Norte Global designa al mundo “desarrollado” y en particular a aquellas potencias con pasados (o presentes) coloniales, neocoloniales o imperiales. El Sur Global, al contrario, es el mundo “en desarrollo” (el demodé Tercer Mundo), formado por países hoy independientes que alguna vez fueron colonias o reductos de algún imperio lejano. Si bien la correlación está lejos de ser perfecta, el “norte” económico global (¡aunque véanse, entre otros, China e India!) tiende a identificarse con el norte geográfico, y el “sur” económico con el hemisferio sur (¡aunque véanse, entre otros, Australia y Nueva Zelandia!).

La terminología de Norte y Sur Global se usa en las más diversas disciplinas, desde la economía hasta la antropología, desde la geografía a la filosofía política; una lástima, considerando que es más lo que oscurece que lo que ilumina.

Si no es verdad que existe un hemisferio rico y un hemisferio pobre (o, eufemísticamente, “en vías de desarrollo”), tampoco existen países ricos ni países pobres, ni siquiera ciudades ricas y ciudades pobres. Al considerar a grupos territoriales completos y a todos los individuos que a ellos pertenecen como aunados bajo un mismo destino histórico-económico, lo que hacen estas categorías es contribuir a mantener vivas pesadillas de las cuales hace rato deberíamos habernos despertado: nacionalismos y racismos, por nombrar dos de las más prominentes.

Aunque esta división hace sentir a quienes la aplican como enarbolando el estandarte de la justicia, lo que sucede, al contrario, es que muchas veces sólo contribuyen a profundizar las injusticias. Por dar un ejemplo cotidiano: cada vez más en las conferencias académicas de universidades económicamente holgadas es bien visto invitar a “pensadores del Sur Global”. Generalmente, suele considerarse como prueba suficiente de esta afiliación que el pensador en cuestión lleve el pasaporte de algún país en desarrollo—y mejor todavía si su apariencia es también del “sur” (piel no demasiado blanca, ojos no demasiado redondos, ropa étnica y no de mall). Lo irónico es que la mayoría de las veces estos representantes del Sur Global son tan “nortinos” como los que más: educados en instituciones de élite, ciudadanos del mundo, y en posiciones de influencia en sus respectivos entornos. Invitar al verdadero “sur” requeriría, a mi parecer, invitar a quienes sirven la comida de la conferencia y a quienes limpian cuando termina la sesión. Pero esa posibilidad está bloqueada en la medida en que revela los prejuicios de quienes mantienen la distinción: los Otros no pueden estar entre nosotros, cuando la verdad es que nosotros y nosOtros compartimos (más de lo que quisiéramos admitir) pasaporte, color de piel y ciudad de residencia. Si una intuición de Marx parece certera es que la verdadera línea divisoria es entre los que tienen (poder político y/o económico) y los que no. Pero esta línea no es trazable a través de geografías ni apariencias, y no divide a grupos, sino a individuos. Simplificar la realidad para entenderla mejor es una cosa; simplificarla para tapar el problema de fondo es otra muy distinta. La simplificación de Norte y Sur Global , me temo, cae en la segunda categoría.